martes, 10 de abril de 2012

El Cobre, Primera cabecera de municipio dominada por el Ejército Rebelde


                                         
 . Orlando Guevara Núñez

La madrugada del 11  de abril de 1958, los combatientes del III Frente Oriental Dr. Mario Muñoz Monroy protagonizaron una acción de marcada trascendencia político-militar: el ataque y toma del poblado de El Cobre, a poco menos de 20 kilómetros de la ciudad de Santiago de Cuba, convertido ese día en la primera cabecera de municipio dominada por el Ejército Rebelde.
El 22 de marzo de ese mismo año, la dirigente clandestina en la capital oriental, Vilma Espín Guillois (Deborah), escribe al Comandante Juan Almeida Bosque, jefe del Frente guerrillero: “Aquí te mando un proyecto para atacar el polvorín de El Cobre (…) A Alejandro (Fidel Castro Ruz, N.A.)  le hacen mucha falta los fulminantes eléctricos y allí hay en abundancia (…).
Dos días después, Almeida responde: “El plan que me das voy a estudiarlo sobre el terreno para ponerlo en práctica”.
Así comienzan los preparativos, con el objetivo central de conseguir dinamita, fulminantes y apoyar a los combatientes clandestinos que el 9 de abril se habían lanzado a la huelga general revolucionaria.
                                             ¡Eso debe estar encendido!
Florencio Saeta Lores (Cucho)  aún vive en El Cobre. Fue él quien aportó los cuatro hombres que sirvieron como prácticos a los rebeldes para la acción. Ahora, transcurridos 40  sus recuerdos fluyen con nitidez.
“El 5 de abril Almeida llegó a las cercanías de El Cobre. Me dijeron que él quería verme y pensé que era una broma. Le informan quien soy. ¡Ah! tú eres Pucho Saeta. Siempre me decía Pucho, en lugar de Cucho.
“Me preguntó si era de El Cobre y le dije que sí. A otra interrogante le contesté que nuestro grupo era de 18 y que todos éramos de este poblado. El grupo se había alzado porque el 29 de marzo había atacado el puesto de la policía, vino un refuerzo y tuvo que irse, por lo cual no se podía regresar.
“Almeida quería bajar al poblado ese mismo día. ¿Bajar hoy a El Cobre? ¡Qué va, eso debe estar encendido!, le dije. Le conté lo que había pasado y que seguramente habría allí muchos guardias. Entonces me pidió cuatro hombres de confianza que conocieran la mina, la entrada y el centro del poblado. Los seleccionados fueron Floirán Gutiérrez (El Niño) a quien también le decían El gasolinero, porque trabajaba en el servicentro de Melgarejo; los hermanos Pedro y Enrique Larrea y el otro fui yo mismo. Almeida me preguntó si era gente firme y le contesté: gente firme ¡gente de El Cobre!”.
                          Emboscada, polvorín y poblado
Para ejecutar la acción de la toma de El Cobre, el mando rebelde distribuyó sus fuerzas en tres puntos. El capitán Calixto García Martínez, con su pelotón, tendió una emboscada entre Melgarejo y El Cobre, con la misión de interceptar cualquier refuerzo del enemigo procedente de Santiago de Cuba o de Palma Soriano; Israel Pardo Guerra, al mando de una escuadra reforzada, atacaría el polvorín, mientras que el capitán Guillermo García Frías debía tomar el poblado y los objetivos militares. Con Calixto iba el práctico Floirán Gutiérrez; los hermanos Larrea acompañaron a Israel, y Cucho entró al poblado junto a Guillermo.
Cucho revive sus recuerdos. “Le dimos candela al Ayuntamiento y también íbamos a quemar el Juzgado y la Junta Electoral, pero una vecina nombrada Nenita comenzó a gritar que no hiciéramos eso porque iban a arder las casas y todo el pueblo. Entonces desistimos. El fuego del Ayuntamiento nos iluminaba y veíamos el trazado de las balas que nos disparaban los policías y soldados que se habían refugiado en el Santuario. Nosotros cumplimos la orden de no disparar contra ellos, para respetar el templo. Hubo muchos tiros, pero el poblado fue tomado”.
Como estaba previsto, un refuerzo con apoyo blindado se dirigió hacia El Cobre, procedente de Santiago de Cuba, pero los hombres de Calixto García, desde una pequeña elevación a orillas del camino, lo interceptaron, lo atacaron e hicieron retroceder, causándole varios muertos y heridos.
                                      Hasta los perros dejaron de ladrar
La explosión del polvorín fue un hecho extraordinario. En la mina radicaba el depósito provincial de explosivos del ejército batistiano, el cual voló en un segundo. Cucho lo relata así: “Simultáneamente con los tiros, se vio como un relámpago inmenso y se escuchó una explosión. Se levantó una nube grande de color blanco, rojo, amarillo…aquello parecía un arco iris. El hongo gigante se abrió después como una sombrilla, todo se estremeció y comenzó a caer como una lluvia de arena. Hasta los perros dejaron de ladrar. En Santiago de Cuba, en las calles Enramadas y Aguilera y otras partes, se rompieron vidrieras y ventanales”.
Después de sacar la dinamita, mechas y fulminantes que iban a llevarse, Israel Pardo hizo explotar el polvorín. Él mismo, junto a Dindo, otro combatiente, resultó gravemente herido, pues la onda expansiva lo lanzó a varios metros y cayó entre una enredadera de bejucos con espinas. Unas 30 cajas de dinamita, mechas y fulminantes fueron ocupadas, con lo cual la misión principal había sido cumplida.
                                     ¡Vivan Almeida y sus 600 escopeteros!
Desde luego, que no eran tantos, pero así lo exclamaban los combatientes al salir del poblado para “tupir” –explica Cucho- a los enemigos. En su versión oficial, la tiranía dijo que eran unos 200 combatientes rebeldes y -completando una mentira para justificar su derrota- trató de engañar a la opinión pública, afirmando que la acción se había producido porque Fidel quería llevarse la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre para la Sierra Maestra y ellos lo habían impedido y por eso se había hecho explotar el polvorín.
Lo cierto es que la tiranía no pudo ocultar la realidad de que el Ejército Rebelde no solo operaba ya en las cercanías de la capital de Oriente, sino que era capaz de combatir victoriosamente en las mismas puertas de Santiago de Cuba. A partir de entonces, se fortaleció más la cooperación entre los soldados rebeldes y los combatientes clandestinos y creció el apoyo popular a la guerrilla.
                                                     Un símbolo invicto
Desde El Cobre y sus alrededores, se mira hacia la Sierra Maestra y, en la cima de la loma de La Estrella, se divisa la silueta de una bandera. El día 12 de abril, Almeida le encomendó a Cucho otra misión, la de poner a ondear una bandera del 26 de Julio en un lugar lo más cercano posible al poblado, lo cual fue cumplido con rapidez.
Al ser detectada por la tiranía, dos bombarderos B-26 estuvieron más de una hora tirándole a la bandera, pero ésta siguió flotando, a la vista de todos. Allí cerca, una bomba hirió a un viejo y le mató el burro. Actuaron los aviones, pero las fuerzas enemigas no se atrevieron nunca a ir a quitar la bandera, que siguió flotando como un símbolo de patriotismo.
“Cuidar ese lugar es la misión que ahora sigo cumpliendo”, asevera Cucho, el hombre que laboró durante 40 años en la mina y hoy vive jubilado en su poblado natal. En El Cobre revolucionario de siempre, del cual salieron 17 altos oficiales del Ejército Libertador y decenas de combatientes del Ejército Rebelde.

                   

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