lunes, 28 de mayo de 2012

El Uvero: Atrevido y desafiante ataque guerrillero

                                         
Orllando Guevara Núñez


Cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro calificó al combate de El Uvero, desarrollado el 28 de mayo de 1957, como un atrevido y desafiante ataque, estaba definiendo, en toda su dimensión, el carácter de aquella acción rebelde donde, al decir del Che, la guerrilla revolucionaria alcanzó su mayoría de edad.
Luego de la primera victoria guerrillera en La Plata, el 17 de enero de 1957, seguida de otras acciones que reafirmaban la presencia de Fidel en la Sierra Maestra, la capacidad de los rebeldes para tomar cuarteles de la tiranía batistiana y su disposición para continuar la lucha armada hasta la victoria final, vino una etapa de reorganización y adaptación de los combatientes a las duras condiciones de la guerra en las montañas.
A los expedicionarios del Granma y a los obreros y campesinos unidos a ellos, se había sumado –en el mes de marzo- el primer refuerzo de medio centenar de combatientes enviados a la Sierra Maestra por el héroe de la lucha clandestina, Frank País García. Se estudiaba los movimientos del ejército enemigo en el territorio, con el propósito de emboscarlo y causarle la mayor cantidad posible de bajas.
El ataque a Uvero no formaba parte entonces de los objetivos rebeldes. Pero un acontecimiento determinó su inclusión en éstos. El 24 de mayo desembarcó por la costa norte de Oriente un grupo de revolucionarios con el fin de llegar a la Sierra Cristal y desarrollar la lucha armada para derrocar al tirano Fulgencio Batista. La expedición, dirigida por Calixto Sánchez White, había salido de Miami, Estados Unidos.
Ese grupo no tenía relación alguna con el Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Pero al conocer la noticia, Fidel planteó la necesidad de apoyarlo y fue ese gesto solidario, humano y altruista el que lo condujo a concebir el ataque al cuartel de El Uvero. El Comandante en Jefe sintió como suyos los angustiosos momentos que estarían atravesando los expedicionarios del Corynthia, como los habían sufrido meses atrás los del Granma.
El 27 de mayo, según testimonio del Che, Fidel reunió al Estado Mayor Rebelde y le anunció que en las próximas 48 horas tendrían combate. Las órdenes fueron muy concretas: tomar las postas y acribillar a balazos el cuartel.
En el amanecer del 28 de mayo, un disparo salido del fusil con mira telescópica del máximo jefe rebelde, inició el combate, en el cual lucharon con tesón las dos partes contendientes durante unas tres horas.
En su relato sobre este combate, en Pasajes de la guerra revolucionaria, el Che fija en 53 los defensores del cuartel de El Uvero y en unos 80 los de la guerrilla. Y un testimonio de la crudeza de la lucha, lo dan por sí solas las cifras de bajas de ambas partes. Los ocupantes del cuartel tuvieron 14 muertos, 19 heridos y 14 prisioneros. Sólo seis soldados lograron escapar.
Los atacantes tuvieron 15 bajas, entre ellos siete muertos. Más de la tercera parte de los contendientes quedaron fuera de combate.
Allí cayeron heroicamente el teniente Julio Díaz González, combatiente del Moncada y expedicionario del Granma, quien peleaba justo al lado de Fidel; el también teniente Emiliano Díaz Fontaine (Nano); y los combatientes Eligio Mendoza Díaz, Gustavo Moll Leyva, Francisco Soto Hernández, Anselmo Vega Verdecia y Emiliano R. Sillero Marrero.
Terminado el combate, se produjo un hecho que reveló la diferencia del sentido humanitario, ética militar y respeto a los vencidos por parte del ejército guerrillero y el opresor. El Che, único médico rebelde, atendió a los heridos de ambos bandos. Los prisioneros fueron respetados y se compartió con ellos los pocos alimentos disponibles. Mientras tanto, durante esa misma mañana, 16 expedicionarios del Corynthia hechos prisioneros eran brutalmente asesinados.
En El Uvero, dos combatientes revolucionarios heridos, por su gravedad, quedaron en poder del ejército batistiano, bajo palabra de honor del médico militar de que serian respetadas sus vidas. Ellos fueron Emiliano R. Sillero y Mario Leal. El primero murió poco después y el segundo sobrevivió y sufrió prisión hasta el triunfo revolucionario del primero de enero de 1959.
Heridos resultaron el entonces capitán  Juan Almeida Bosque, en el brazo y pierna izquierdos; los tenientes Félix Pena y Miguel Ángel Manals, además de los combatientes Mario Maceo, Manuel Acuña, Enrique Escalona, Hermes Leyva y el ya mencionado Mario Leal.
La trascendencia histórica y el valor derrochado por los combatientes revolucionarios aquel 28 de mayo de 1957, han sido definidos por sus principales protagonistas.
La importancia de esa acción, fue calificada por Fidel como “El primer combate de proporciones grandes librado contra aquellas fuerzas de la tiranía por los revolucionarios”. Nuestros hombres- precisó el máximo jefe del Ejército Rebelde- tomaron por asalto cada posición, avanzando sobre las balas y combatiendo largamente. Todo lo que se diga sobre la valentía con que lucharon, no acertaría a describir el heroísmo de nuestros combatientes. El capitán Almeida dirigió un avance casi suicida con su pelotón. Sin tanto derroche de valor, no habría sido posible la victoria”.
El entonces capitán y hoy General de Ejército Raúl Castro, afirmaría luego que “Almeida fue el alma del combate  y el Che comenzó a destacarse allí como guerrillero. El encuentro de El Uvero nos dio categoría de tropa experimentada”.
El propio Che dijo que “A partir de entonces se acrecentó la moral guerrillera, igual que la decisión  y esperanzas de triunfo”, añadiendo que los guerrilleros- luego de El Uvero- estaban en posesión del secreto de la victoria. Esa acción, aseveró, sellaba la suerte de los pequeños cuarteles situados lejos de las agrupaciones mayores del ejército de Batista.
En el combate fueron ocupadas varias armas, entre ellas 45 fusiles – 24 garand semiautomáticos y 20  marca springfield, además de un fusil ametralladora browning y unas 6 000 balas calibre 30.06, junto a otros pertrechos de guerra. Así lo atestigua el máximo jefe guerrillero, el compañero Fidel.
El Ejército Rebelde continuaba así desarrollando una tradición iniciada en La Plata y que sería una constante durante toda la guerra: su principal fuente de abastecimiento de armas sería el arrebato de ellas al enemigo. Poco a poco, las viejas escopetas de cacería cedían su lugar, en las manos de los combatientes, a las armas mejor adecuadas para la lucha. “Cuando aprendimos a quitarles las armas al enemigo- diría Fidel- habíamos aprendido a hacer la Revolución, habíamos aprendido a hacer la guerra, habíamos aprendido a ser invencibles, habíamos aprendido a vencer”.
Medio siglo y un lustro  nos separan ya de aquel atrevido y desafiante ataque rebelde. Los nombres de los revolucionarios  caídos en aquella acción, sin embargo, se agigantan en el tiempo, en la historia y en la memoria agradecida de sus compañeros de lucha y de las generaciones herederas de la obra cimentada con la vida que ellos ofrendaron.
En la localidad de El  Uvero, asentada en el actual municipio santiaguero de Guamà, abrazada por el Mar Caribe y las majestuosas montañas de la Sierra Maestra, afianzada en el mismo escenario del combate del 28 de mayo de 1957, revivirá otra vez el eco de los disparos rebeldes que - más allá de sobre un cuartel enemigo y sus ocupantes- hicieron blanco en el corazón de un sistema social injusto, erradicado en Cuba y recordado sólo como parte de un pasado sin presente ni futuro en la patria de Martí y de Fidel.
En  ocasión de cumplirse el aniversario 48 de la crucial victoria rebelde, los restos de cinco de los caídos en El Uvero fueron depositados definitivamente en el Mausoleo de los Mártires de la Revolución, en el cementerio Santa Ifigenia, cercano al recinto que atesora los de nuestro Héroe Nacional, José Martì.
Emiliano Díaz Fontaine, Gustavo Moll Leyva, Francisco Soto Hernández, Anselmo Vega Verdecia y Emiliano Rigoberto Sillero Marrero, descansan en este lugar, custodiados por su pueblo. En su natal Artemisa, están los restos de Julio Díaz González y allí recibirá él  también –al igual que aquí- el homenaje sentido de todos los cubanos. El cadáver del otro caído, Eligio Mendoza Díaz, no apareció nunca. Fue recogido por el ejército de Batista y trasladado junto a sus muertos hacia Santiago de Cuba, destino al cual no llegó, lo que hace presumir su lanzamiento al mar. Pero Eligio, el campesino que sirvió de práctico a la guerrilla y murió combatiendo en El Uvero, tiene también su tumba  en el corazón del pueblo.
Para todos ellos, en nuestro pueblo ganan fuerza de presencia las emotivas palabras de nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro, el 28 de mayo de 1965, cuando al rememorar aquellos momentos de dolor afirmó: “Nosotros desde aquel día los tenemos más en nuestro recuerdo y en nuestra memoria. Y viven en la obra de la Revolución, en cada escuela construida en la Sierra, en cada hospital, en cada camino, en cada obra revolucionaria”.
El arrojo, la moral, el sacrificio, la decisión, el triunfo y la sangre derramada hace 55 años en el combate de El Uvero, continúan guiando a nuestro pueblo en sus actuales retos y hacia sus presentes y futuras victorias.

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