viernes, 6 de enero de 2012

Nuestros niños, como lo soñó Martí, son la esperanza cultivada




Orlando Guevara Núñez


La provincia de Santiago de Cuba, con más de un millón de habitantes, terminó el año 2011 con una tasa de mortalidad infantil de 5,9 por cada mil nacidos vivos. Aún cuando está por encima de la media nacional, 4,9, es un buen resultado, superior,  al de muchos países desarrollados, incluyendo a los Estados Unidos.
Si se compara la alta tasa en esta región oriental cubana antes de 1959 – más de 60 fallecidos por mil nacidos vivos- se puede llegar a la conclusión de que de cada 12 niños que morían antes de cumplir el primer año de edad, ahora 11 preservan la vida.
Eso es explicable porque en Santiago de Cuba, de 198 médicos que existían, la mayoría de ellos privados, ahora existen más de 7 mil, al tiempo que las instituciones asistenciales abarcan a toda la  población, aún en los lugares más intrincados de una geografía montañosa que abarca casi las dos terceras partes de este territorio.
Como en todo el país, en Santiago de Cuba funciona un programa que atiende a los niños desde que se forman en el vientre de la madre. Y ahora está en marcha un programa para la atención a la mujer aún desde antes de su gestación, para la prevención de riesgos y aseguramiento de una concepción segura.
En Cuba, de esta forma, se hace realidad la prédica martiana de que los niños son la esperanza del mundo, por lo cual se garantiza no solo que vengan a este mundo de forma sana, sino también que crezcan con salud, con educación y se preparen para una vida útil

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