jueves, 11 de octubre de 2012

La Revolución solo está comprometida con el pueblo

Cuando triunfó la Revolución, muchos politiqueros, explotadores, magnates y todo tipo de personajes que habían hecho maridaje con la tiranía batistiana, pensaron que, como era tradición en Cuba, sólo se había producido en cambio de hombres en el gobierno. Y se aprestaban a buscarse un lugar desde donde continuar viviendo con sus privilegios, a costa del pueblo. “Esta es tu casa, Fidel”. Tal plaquita se puso en la puerta principal de muchos palacetes donde, más que cubanos, vivían camaleones que pretendieron engañar al pueblo. Algunos hicieron donaciones de reses, de implementos agrícolas, o de dinero para la Reforma Agraria a la cual, llegado el momento, combatirían, en contubernio con el gobierno imperialista de los Estados Unidos. Fueron los mismos que se sumaron a la estampida cuando vieron frustradas sus aspiraciones y llegaron a la conclusión de que esta era una revolución verdadera y no un “quítate tú para ponerme yo”, como lo habían pensado. Comenzaron, desde entonces, a difundir la mentira de que Fidel Castro los había traicionado. Se sentían con el derecho de continuar expoliando al pueblo y, por lo tanto, engañados al no poder hacerlo. En realidad, no tuvieron nunca razón para pensar de esa forma. Porque Fidel, desde el mismo juicio del Moncada, el 16 de octubre de 1953, hablo con claridad y definió hacia dónde iría la Revolución una vez logrado el triunfo. “Los demagogos y los políticos de profesión quieren obrar el milagro de estar bien en todo y con todos, engañando necesariamente a todos en todo” -expresó en esa ocasión, rodeado de soldados con bayonetas- añadiendo que “Los revolucionarios han de proclamar sus ideas valientemente, definir sus principios y expresar sus intenciones para que nadie se engañe, ni amigos ni enemigos”. Y así lo hizo. “Cuando hablamos de pueblo, no entendemos por tal a los sectores acomodados y conservadores de la nación, a los que viene bien cualquier régimen de opresión, cualquier dictadura, cualquier despotismo, postrándose ante el amo de turno hasta romperse la frente contra el suelo. Entendemos por pueblo cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente n sí misma, hasta su última gota de sangre” Y su definición de pueblo fue más puntual aún: “Nosotros llamamos pueblo, si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo (…) a los quinientos mil obreros del campo, que habitan en bohíos miserables, que trabajan cuatro meses al año y pasan hambre el resto, compartiendo con sus hijos la miseria (…) a los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos del patrón a las del garrotero, cuyo futuro es la rebaja y el despido, cuya vida es el trabajo perenne y cuyo descanso es la tumba” En su concepto de pueblo, no fueron incluidos los explotadores, los magnates, los terratenientes, los políticos corruptos, los militares asesinos. Incluyó Fidel a los cien mil agricultores pequeños que trabajaban la tierra sin ser suya; a los treinta mil maestros y profesores que tan mal se les trataba y pagaba; a los veinte mil pequeños comerciantes, abrumados de deudas, arruinados por la crisis; a los diez mil profesionales jóvenes médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores que al graduarse se enfrentaban a un callejón sin salida. Y fue a ese pueblo a quien Fidel, preso y solitario, enfrentando al Tribunal que lo condenaría a 15 años de prisión, le hizo una promesa: si triunfaba la Revolución, no decirle “Te vamos a dar”, sino ¡Aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad! Y eso fue lo que hizo desde el 1ro. de enero de 1959. Los seis graves problemas de la nación cubana, abordados por Fidel en su alegato de auto defensa conocido como La historia me absolverá: el problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación, y el problema de la salud del pueblo, fueron parte decisiva del programa del Moncada, cumplido y sobre cumplido en los primeros años de la Revolución. Cada ley revolucionaria, siempre a favor del pueblo, atrajo sobre sí el odio imperial y contrarrevolucionario. Así, se dedicaron a combatir a la Revolución con el fin de destruirla. Pero el pueblo, desde el inicio, se preparó para defender sus conquistas. Las mentiras y el engaño han sido siempre armas predilectas de la contrarrevolución y los gobiernos de los Estados Unidos para combatirla. Y entre sus falsos argumentos, está el invento de que fueron traicionados. Como está demostrado, la política revolucionaria trazada por Fidel estuvo bien clara antes del 1ro. de enero de 1959. Y víspera de la agresión mercenaria de Playa Girón, el Comandante en Jefe de la Revolución cubana ratificó sus concepciones sobre la lucha, al proclamar el carácter patriótico, democrático y socialista de la Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes. Los traidores, los explotadores, los latifundistas, los políticos corruptos, los ladrones, los asesinos, no cupieron nunca, como sucede hoy, en el concepto de pueblo. Siendo así, ¿de cuál traición hablan? ¿Haberle arrebatado a ellos el poder para entregarlo al pueblo, es alguna traición? Y ese pueblo verdadero no ha sido, ni será nunca, traicionado por la Revolución, porque él mismo es la Revolución. Y hoy, al rememorar esos pasajes sobre los principio planteados por Fidel en La historia me absolverá, válido es recordar, sobre todo a quienes no pierden las esperanzas del regreso a un pasado capitalista de Cuba, lo proclamado por el jefe de la Revolución en aquel momento, convertido hoy en determinación de todo el pueblo. “Vivimos en un país libre que nos legaron nuestros padres y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie”

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