domingo, 30 de septiembre de 2012

Roberto

A veces, cuando a mi mente acuden, como imágenes cinematográficas, los días felices, trágicos o simplemente rutinarios de la niñez, la figura de Roberto ocupa siempre un lugar, formando parte de los recuerdos dolorosos. Roberto tenía unos 20 años de edad y estaba entre los mayores de los nueve hermanos. Era largo y flaco. Enfermo siempre, aunque muchos decían que sólo padecía de anemia. Daba la impresión, por su semblante triste, de que él estaba resignado a morir, o por lo menos acostumbrado a la idea de que sus males no tenían cura. Hasta en la forma de sonreír lo demostraba. Médicos públicos no existían en la zona, ni en el poblado cercano. Los particulares cobraban por la consulta lo que los padres del muchacho no podían pagar. Y nada se hacía, de todas formas, si se lograba que el médico lo viera, porque las recetas corrían después, invariablemente, el riesgo y la mala suerte de quedarse estrujadas en los bolsillos o entre las manos, sin llegar a convertirse en medicinas. No faltaban quienes aseguraban que “eso era un daño, un castigo”, que a Roberto “le habían echado un mal”. Tampoco quienes creyeran en esa posibilidad, aunque al mismo tiempo se preguntaran si era justo que un muchacho tan noble sufriera ese cruel destino. Pero si Roberto parecía estar resignado a morirse, sus familiares no. Fue por eso que la imagen del enfermo, sentado sobre un taburete, con su ya esquelética figura, apareció un día en la sección ¡Arriba, corazones!, de la revista Bohemia. Pero la caridad pública sólo consiguió la recaudación de unos míseros centavos que para nada sirvieron. Quienes podían, no se conmovían ni daban; quienes no podían, tal vez se conmovieran, pero nada estaba a su alcance hacer. Tampoco pudo contarse con un “anticipo” del latifundista para quien trabajaba el padre de Roberto. Creo que fue entonces cuando la familia llegó a la conclusión de que la muerte rondaba el empobrecido bohío. Y esa fue la impresión que saqué del lamento escuchado, en forma de décima campesina, de labios del padre abatido, mientras las cuerdas de su guitarra sonaban muy bajito, como para que nadie tuviera que compartir el dolor de tan lacerante verdad. No supe nunca de cual poeta tomó prestado el patético argumento. El pobre nunca pasea, no come ni duerme bien porque tiene más de cien cosas que nublan su idea. Hay veces que se desea la muerte por no sufrir; ¿De qué la vale vivir cuando es pobre y nada tiene? ¡Nace al mundo y sólo viene para tener que morir! Nunca llegó a conocerse el nombre de la enfermedad que le arrebató la vida a Roberto. El secreto se marchó con él hasta su tumba. Y en la mente de los familiares quedó hondamente grabado el símbolo de la impotencia. Hoy en Cuba nadie viene al mundo sólo “para tener que morir”. Ni nadie depende de la caridad pública o de la mezquindad de un terrateniente para recibir asistencia médica. Porque ahora tenemos socialismo en lugar de capitalismo. Afortunadamente, el recuerdo de Roberto, su agonía y su muerte, forman parte también de un pasado sin posible regreso a los campos cubanos.

martes, 11 de septiembre de 2012

Juan Almeida Bosque, símbolo imperecedero de la Revolución.

Orlando Guevara Núñez El Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque es, para los cubanos, un símbolo. Aprendimos a admirarlo desde los días iniciales de la guerra revolucionaria. Fue asaltante del Cuartel Moncada, el 26 de Julio de 1953. Luego, expedicionario del Granma, donde vino como capitán y jefe de Pelotón. El nos legó, en Alegría de Pío, el 5 de diciembre de 1956, tres días después del desembarco para reiniciar la lucha armada por la definitiva liberación de Cuba, el grito de ¡Aquí no se rinde nadie…! seguido de una palabra muy característica de los cubanos en los momentos difíciles. Sus cualidades como combatiente, le merecieron la confianza del Comandante en Jefe Fidel Castro para ascenderlo a Comandante del Ejército Rebelde y nombrarlo jefe de la Columna 3 Santiago de Cuba, con la misión de abrir el III Frente Oriental Doctor Mario Muñoz Monroy, hecho que ocurrió el 27 de febrero de 1958. El nuevo frente guerrillero quedó oficialmente fundado el 6 de marzo de 1958. Almeida supo dirigir esa fuerza guerrillera y cumplir con éxito la misión de Fidel de cercar a la ciudad de Santiago de Cuba, hostigar al enemigo en su territorio, impedir que las fuerzas de la capital oriental apoyaran a los cuarteles sitiados y atacados por el Ejército Rebelde, y contribuir al triunfo definitivo de la Revolución. Su labor luego de la victoria revolucionaria del 1ro. de enero de 1959 fue multifacética. Desempeñó diversas funciones en las Fuerzas Armadas Revolucionarias. En la otrora provincia de Oriente estuvo como Delegado del Buró Político. Siempre sintió por Santiago de Cuba un cariño muy profundo, como lo sintieron los hijos de esta ciudad por él. Hoy, a tres años de su desaparición física, los santiagueros lo recordamos como lo que siempre será para nosotros: un símbolo de Revolución.